Este artículo me vino a la mente luego de leer el post del blog Comentando las noticias de ayer titulado El partido judicial. Particularmente una frase detonó la idea acerca de la construcción del otro y de sí mismo en el discurso oficial.
El semiólogo y sociólogo argentino, Eliseo Verón, describe en La palabra adversativa cómo el discurso político, enunciado en un contexto democrático, supone o construye al menos tres destinatarios: el prodestinatario, el paradestinatario, y el contradestinatario. Es por eso que, al construir un Otro positivo y Otro negativo, el enunciador entra en relación con ambos.
El prodestinatario, refiere al grupo de receptores que “participa de las mismas ideas, adhiere a los mismos valores y persigue los mismos objetivos”. Por paradestinatario entendemos a aquellos sectores de la ciudadanía que permanecen “fuera de juego” o indecisos, es decir, ni opositores ni partidarios, que suelen ser víctimas de la persuasión. Por último, como contradestinatario, encontramos claramente a quienes se ven en la otra orilla del enunciador, lo opuesto al prodestinatario.
Ahora bien, observando el discurso progresista, tanto de Cristina Fernández como de Néstor Kirchner, podemos detectar claramente los tres destinatarios presentados por Verón, a saber: como prodestinatario, notamos que se dirige particularmente al amplio sector del peronismo, a los partidarios de la primera presidencia de Perón, a los “compañeros” de los ’70. Siguiendo la línea, el paradestinatario sería el sector apolítico de la sociedad y a cierta parte de la juventud que se inicia en el ámbito y se deja guiar por un bonito discurso. Como contradestinatario encontramos a todo el arco opositor, sea Clarín, el campo, los militares, Redrado, Macri y demás sectores antagónicos.
Las intenciones solapadas detrás del contradestinatario, es demostrarle a gran parte de la sociedad, su claro disentimiento con los episodios pasados en la historia argentina, como lo fue la dictadura, o la década del noventa. Paralelamente, presentando su posición, envía un guiño al sus paradestinatarios que, al ser testigos de las consecuencias de aquellos modelos, se convierten en potenciales adeptos.
Es cierto que un discurso progresista, para quienes mantenemos cierta línea de pensamiento o ideología, suele resultar bastante tentador, pero no es recomendable dejarse obnubilar por los albores de un nuevo modelo, sólo presentado en una bonita retórica.