viernes, 10 de julio de 2009

Ni vago ni mediocre


Por Analía Gómez


Alejandro Barratelli tiene 37 años y 12 de experiencia teatral, televisiva y cinematográfica. Desde 1997 que participó en La Gangrena de Marcelo Shuster, el actor no se detuvo e hizo del teatro una pasión y su vida

Egresado de la Escuela IFT, donde tuvo como profesores a Enrique Laportilla y Eduardo Pavelic, cursó cinco años en el Sportivo Teatral con Ricardo Bartís y realizó seminarios con Joy Morris, Pompeyo Audivert, Paco Giménez y Alejandro Catalán, entre otros. Pero a la hora de nombrar los maestros que lo marcaron, que le cambiaron la cabeza y el alma menciona a Héctor Beacon y a Ricardo Bartís.
Extraña combinación se dio en la vida del artista que cuando recuerda cómo se decidió por la actuación, le brillan los ojos y dice: “En realidad fue casi por accidente”. Estudiaba comercial con orientación en administración de empresas en un instituto privado que le daba la posibilidad de hacer un preparatorio e ingresar al primer año de la carrera de licenciatura. Pero por esas paradojas de la vida y por culpa de unas fotocopias, en su recorrido leyó: Escuela Teatro IFT. Como si fuese un imán, algo lo llevó a preguntar y más allá de que tenía que ir a tomar las clases del preparatorio, optó por quedarse.
La primera clase, aunque resistente y sorprendido por el nuevo mundo que había descubierto reconoce que algo lo entusiasmó y poco tiempo después se dedicó de lleno al teatro al cual define como un autoconocimiento
“Uno está como medio rotulado con lo que cree que es, con lo que le dicen que es y con lo que debe ser, dentro del sistema, de lo social, cultural y familiar”. Tal vez esta sea la razón por la que hasta mitad de año no se animó a contarle a sus padres la resolución que había tomado. Pero a pesar de que ellos no estaban de acuerdo, en su momento los entendió porque un título era una garantía y agrega: “Igualmente yo creo que uno tiene que ser lo que desea. De nada sirve tener un título y ser un infeliz”
Actualmente ensaya la obra Perdido “después de la fiesta”, trabaja como asistente de producción en la obra El último fuego, dicta seminarios de actuación en el teatro IFT, realiza junto a Tatiana Sandoval la producción para el estudio teatro Fuga Cabrera y organiza un ciclo de autores argentinos. A partir de este papel de hombre orquesta asegura que la profesión le ocupa todo su tiempo y que el ser actor es una manera de vivir.
Amante de investigar la actuación y de construir teatralidad, con una basta experiencia en teatro también ha filmado alrededor de treinta cortos, mediometrajes, tres películas, una de ellas, El amarillo, como protagonista. Cree que el teatro es el origen, la escuela del actor y que al formarse en él después resulta más fácil poder aprender el lenguaje de la televisión o el cine que es diferente.
Le interesaría trabajar en el exterior y tiene propuestas desde España y México, en éste último para dar entrenamiento de actuación. Siente gran curiosidad por Latinoamérica pero en este momento está construyendo la trama de Perdido “después de la fiesta” donde Alejandro escribió la estructura y se está determinando si va a dirigir y actuar.
A la hora de trabajar se define como exigente y tiene bien claro lo que quiere pero sobre todo lo que no. Menciona que esa exigencia pasa por armar un equipo de trabajo que en cualquier ámbito de la vida es fundamental. Se reconoce obsesivo y un poco apasionado y afirma: “No me gustan ni los actores vagos, ni la gente mediocre”.
Retomando el tema de su pasión plantea que puede ser tanto una virtud como un defecto pero trata de escuchar, de dar y recibir críticas y por sobre todo busca generar vínculos saludables y honestos.
Trabajador y siempre intentando ser educado sostiene que a veces la pasión lo lleva a ciertos desbordes y que hay cosas que lo superan, por ejemplo, la irresponsabilidad o la falsedad. “Pero una de las tantas cosas que me enseño el teatro es a ser paciente y tolerante, acompañado de una fuerte disciplina”
Un artista atraído por los desafíos, en cada una de las experiencias que tuvo puso el mismo amor pero en el momento de nombrar aquellas que lo marcaron menciona tres o cuatro, todas ellas de mucha exigencia y trabajo, al punto de interpretar dos papeles opuestos en una misma obra con un realismo absoluto.
Admirador de actores como Alfredo Alcón y Marlon Brando, reconoce a aquellos que tienen carácter, que son permeables y que pueden hacer diferentes roles y trabajar en cine, televisión y teatro. “El actor es mal bicho para ver teatro porque devela mucho”, afirma y sostiene que al ver un mecanismo de actuación conocido y neutro se aburre, sorprendiéndolo solamente la emoción.
“¿Sueños?... Miles”, responde el actor. Pero para este apasionado por la escritura, el cine, la lectura y sobre todo la expresión artística, lo más importante fue el aprender a disfrutar y su mayor anhelo y objetivo es continuar el camino, creciendo tanto a nivel profesional como personal.

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