Por Damián Duarte //
¿Que pretende el tiempo de nosotros? ¿Será, quizás, el deterioro o el cambio de las cosas que advertía el Funes borgeano?, ¿Será el aburrimiento “sentir el tiempo”, como decía alguien por ahí?, ¿se relacionará todo esto con la concepción heraclítea de que nadie se baña dos veces en el mismo río?, ¿o simplemente se tratará de una mensura más, parte de la creación del hombre y de una desidia existencial?
¿Que pretende el tiempo de nosotros? ¿Será, quizás, el deterioro o el cambio de las cosas que advertía el Funes borgeano?, ¿Será el aburrimiento “sentir el tiempo”, como decía alguien por ahí?, ¿se relacionará todo esto con la concepción heraclítea de que nadie se baña dos veces en el mismo río?, ¿o simplemente se tratará de una mensura más, parte de la creación del hombre y de una desidia existencial?
El paso del tiempo, tema de discusiones bizantinas, ha atormentado a los seres humanos desde hace varios siglos, desde el conejo de Alicia en el país de las maravillas hasta la inmensa variedad de comidas rápidas de la actualidad.
La idea del eterno retorno, característico del pensamiento griego, grafica un universo circular, el tiempo se emparenta con esta sucesión especializada del movimiento, creando así la noción irrepetible de las cosas. La finitud del ser humano ha sido motivo de preocupación por filósofos y pensadores, interponiendo como objetivo y justificación la eternidad, aunque esta suscite a la mismísima temporalidad.
En nuestros días, es muy habitual encontrarnos con gente que va muy a prisa, desesperada por el ahorro de minutos y hasta obsesionada con el paso de las horas, la pregunta a todo esto es: ¿hacia donde nos dirigimos tan rápido? ¿La eternidad solucionaría los problemas de psicosis temporaria? El calendario, los relojes, o simple tic-tac son los emblemas mas destacados de un renuente pesar que la sociedad acude con gran devoción.
Aquella magnitud física que ordena los acontecimientos en pasado, presente y futuro se encuentra íntimamente arraigada al olvido, la esperanza, la memoria y forma parte de una inigualable abstracción por la cual el ser humano ordena su vida. Si bien el tiempo no asegura el motor de la vida y de las cosas, podríamos decir que sirve como una férrea arma manipuladora y restrictiva de la existencia humana que regula las actividades y que con el avance de la historia ha ido convirtiendo al tiempo en un bien de mercado, victima de las leyes de oferta y demanda, donde el ahorro de algunos minutos resulta de vital importancia para las acciones de las personas.
Dentro de la concepción aristotélica podemos encontrar al tiempo como la medición del movimiento entre el antes y el después. Heidegger, en cambio, lo concibe dentro de su exploración ontológica como el sentido del Ser. Tal como lo establece Jean Paul Sartre, la realidad humana se capta a sí misma como temporal, e interpreta al pasado como una modificación del presente, una huella.
El tiempo nos separa de lo que hemos sido y de lo que seremos, no podemos apartarnos de él, somos parte de él. El hombre como Ser, y el tiempo como ente, se encuentran tan unidos como separados, los diferencia la forma de influir el uno sobre el otro, el tiempo siempre sigue su curso, rara vez se siente modificado por el hombre, que por el contrario, rara vez deja de estar condicionado por el tiempo y sus dimensiones, ya que el presente, que hace instantes era futuro, ahora ya no es más que un mero pasado.
1 Amigos me gritaron al oido...:
19 de octubre de 2009, 8:16
gracias por el saludo querido! yo tambien los banco a los dos... nos vemos!
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