Por Damián Duarte //
Es de amplio conocimiento que, en la actualidad, muchos de los respetados periodistas han hecho abuso de su reputación y han derivado en “opinólogos” capaces de criticar cualquier maniobra política, de espectáculos o alguna acción de una persona pública, convirtiéndose en jueces y dueños de la verdad, la ética y la moral.
Días atrás todo el espectro comunicador se vio conmovido con la aparición de ciertos afiches que “escrachaban” a reconocidos periodistas del Grupo Clarín.
Dentro del debate sobre la libertad de expresión, a lo cual no se le debe restar importancia, existe la discusión acerca de la función del periodismo. Es cierto que un periodismo acrítico, tibio o esterilizado pierde su sentido, el problema hace explosión cuando la opinión de alguien “autorizado” en términos comunicacionales, se torna connivente con los intereses del medio al que pertenece, usufructuando así la libertad de prensa, para luego hacerla mutar hacia la “libertad de empresa”.
Tal vez para algunos sea un debate trillado, y hasta haya caducado su vida útil, pero no se debe olvidar que la formación de opinión es una de las piedras angulares del pensamiento crítico.
Resulta interesante no quedarse en lo que presentan los medios, opositores y oficialistas, sacudirse un poco el polvillo informativo con el que nos bombardean a diario y tratar de entablar una reflexión al margen de la lucha de intereses. Por eso cabe preguntarse, ¿es realmente Argentina un país donde peligra la libertad de expresión? Si bien se conocen cientos de casos donde la actividad periodística se vio amenazada y hasta censurada, es honrado reconocer que en ningún tipo de dictadura hubiera sido posible la publicación de un libro como “El Dueño”, más aún en conocimiento a quien está orientada la investigación o pseudoinvestigación. De la misma manera, ya se hubiese extinguido el diario de mayor tirada del país.
Lo mas curioso en lo que se debe reparar es en la hegeliana dialéctica del amo y el esclavo que se desarrolla en torno a esta cuestión. Por parte de los “periodistas independientes”, el discurso que proviene es el de “la dictadura kirchnerista que no tolera críticas”. La actitud de estos sujetos, y es aquí donde radica la dialéctica, se vuelve crudamente intolerante ante el desagrado por parte del poder, cayendo así en un autoritarismo mediático difícil de justificar y mucho menos de evaluar.
Parece difícil creer que se esta viviendo una verdadera dictadura y se le está imponiendo un forzoso límite a la libertad de expresión, tal vez mi necedad “Silvio-rodrigueana” me obligue a pensar que hubieron tiempo peores en el ámbito comunicacional.
Sin embargo, también es válido reconocer que la cruzada contra el monopolio encarnada por el gobierno parece resultar excesiva, no porque carezca de importancia, sino porque a estas alturas, gran parte de la sociedad ya ha podido dilucidar que el discurso siempre va de la mano de los intereses, en ambos bandos.
Lo que se intenta desde este artículo no es imponer un línea de pensamiento, ni abrir los ojos ni contar algo que no se haya dicho antes, sino, apoyándose básicamente en el choque de los discursos, invitar a una reflexión paralela, imparcial y propia que tanto hace falta en estos días.
Estimados lectores, he vuelto.
Es de amplio conocimiento que, en la actualidad, muchos de los respetados periodistas han hecho abuso de su reputación y han derivado en “opinólogos” capaces de criticar cualquier maniobra política, de espectáculos o alguna acción de una persona pública, convirtiéndose en jueces y dueños de la verdad, la ética y la moral.
Días atrás todo el espectro comunicador se vio conmovido con la aparición de ciertos afiches que “escrachaban” a reconocidos periodistas del Grupo Clarín.
Dentro del debate sobre la libertad de expresión, a lo cual no se le debe restar importancia, existe la discusión acerca de la función del periodismo. Es cierto que un periodismo acrítico, tibio o esterilizado pierde su sentido, el problema hace explosión cuando la opinión de alguien “autorizado” en términos comunicacionales, se torna connivente con los intereses del medio al que pertenece, usufructuando así la libertad de prensa, para luego hacerla mutar hacia la “libertad de empresa”.
Tal vez para algunos sea un debate trillado, y hasta haya caducado su vida útil, pero no se debe olvidar que la formación de opinión es una de las piedras angulares del pensamiento crítico.
Resulta interesante no quedarse en lo que presentan los medios, opositores y oficialistas, sacudirse un poco el polvillo informativo con el que nos bombardean a diario y tratar de entablar una reflexión al margen de la lucha de intereses. Por eso cabe preguntarse, ¿es realmente Argentina un país donde peligra la libertad de expresión? Si bien se conocen cientos de casos donde la actividad periodística se vio amenazada y hasta censurada, es honrado reconocer que en ningún tipo de dictadura hubiera sido posible la publicación de un libro como “El Dueño”, más aún en conocimiento a quien está orientada la investigación o pseudoinvestigación. De la misma manera, ya se hubiese extinguido el diario de mayor tirada del país.
Lo mas curioso en lo que se debe reparar es en la hegeliana dialéctica del amo y el esclavo que se desarrolla en torno a esta cuestión. Por parte de los “periodistas independientes”, el discurso que proviene es el de “la dictadura kirchnerista que no tolera críticas”. La actitud de estos sujetos, y es aquí donde radica la dialéctica, se vuelve crudamente intolerante ante el desagrado por parte del poder, cayendo así en un autoritarismo mediático difícil de justificar y mucho menos de evaluar.
Parece difícil creer que se esta viviendo una verdadera dictadura y se le está imponiendo un forzoso límite a la libertad de expresión, tal vez mi necedad “Silvio-rodrigueana” me obligue a pensar que hubieron tiempo peores en el ámbito comunicacional.
Sin embargo, también es válido reconocer que la cruzada contra el monopolio encarnada por el gobierno parece resultar excesiva, no porque carezca de importancia, sino porque a estas alturas, gran parte de la sociedad ya ha podido dilucidar que el discurso siempre va de la mano de los intereses, en ambos bandos.
Lo que se intenta desde este artículo no es imponer un línea de pensamiento, ni abrir los ojos ni contar algo que no se haya dicho antes, sino, apoyándose básicamente en el choque de los discursos, invitar a una reflexión paralela, imparcial y propia que tanto hace falta en estos días.
Estimados lectores, he vuelto.